La ciudad que fue

SUPLEMENTERO DORMIDO

Crónica para mis compañeros de trabajo

Sobre el césped, tendido,
bajo el cielo exultante de arreboles,
entre los Tribunales de Justicia
y la Casa de los Legisladores,
el pequeño rapaz suplementero,
cansado de vocear los diarios de la tarde,
con ellos por almohada, se ha dormido.

Montt y Varas empiezan a moverse,
quieren abandonar su estrafalario plinto.
¿Tal vez les interesa la prensa vespertina
o tan sólo desean acariciar de nuevo
la mejilla de un niño?
Mas él duerme, él simplemente duerme,
bajo el cielo manchado de fugaces palomas,
él duerme, simplemente, como duermen los niños.

Las columnas lo miran conmovidas,
la imperturbable, rígida balanza
tiende a inclinarse un poco,
mientras resuena adentro
la voz opaca de los relatores,
se redactan las álgidas sentencias
y deambula por los corredores
el fantasma togado de la jurisprudencia.

Todo al borde del niño se detiene:
las palabras solemnes,
el rumor callejero,
los motores, los frenos,
las húmedas campanas.

Yo quisiera adentrarme por su sueño:
Doradas galerías, luminosos anillos,
hacia mundos de azul omnipotente,
saltando del violeta hacia el topacio,
del rojo al amarillo,
voceando en jerigonza los periódicos,
al oído del sol, soberbiamente,
como un ángel recién amanecido.

O tal vez en la playa
en la espuma sonora y la resaca,
entre el viento de sal
y el rumor de las lágrimas
cuando chasquea el mar su lengua verde
y la arena es tan sólo
el espejo de un cielo enardecido;
jugando a que el albatros,
en cadenciosos círculos,
lo va Ilevando sobre la alta espuma,
lejos, adonde ocultan los soles sus navíos.

O quizás si en llanuras verdegueantes
con ondulados trigos,
donde los diarios son mil volantines
en el aire cobalto suspendidos
y hay que subir por puentes de arco iris
y hay que franquear umbrales de rocío
para ir contando a los astros sonrientes
que el « Sputnik » inicia
su aventura celeste.

Brilla la tarde sobre las achiras
arde con ellas, con su intensa llama,
roja, verde, amarilla.
Descienden las palomas
a la fiesta de las aguas sobre el prado.
No hagáis ruido. Aún no ha despertado.
Dejémoslo en su sueño sumergido.
Acaso él es el único que ahora está despierto
y quienes lo miramos, caminamos dormidos.


<<< Anterior / Siguiente >>>


Volver al índice de este libro