La ciudad que fue

ROBERTO FALABELLA

La luz con finos dedos
golpea los vitrales:
es azul y liviana,
casi celeste, diáfana,
en el instante frío
en que comienza el alba.

Me acerco a tu silencio.
Permanezco clavada
en tu umbral doloroso
sin atreverme a entrar
y tu lumbre, tu ser, tu pura llama,
estremecido río, me traspasa.

Como en los instrumentos olvidados,
alguien puede tocar de pronto una alma,
arrancarle un sonido que nadie conocía,
enseñarle un lenguaje,
transmutar noche en día,
llanto en fuego,
música en palabra.

Ahora, sé tu muerte.
La noche no te toca,
no puede hacerte daño.
Te besa para siempre
esa luz inhallada
que fuiste aquí buscando.


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