La ciudad que fue

RISA DE NIÑO

A mi hijo Rodrigo

Ríe, mi niño, ríe.
Amo escuchar tu risa
que vuelve transparentes las oscuras murallas:

Acuden las vecinas preguntando
qué extraña mano penetró en mi casa,
qué polvo de oro danza en los rincones,
qué paso alado sube las escalas,
porque todo está lleno de un aire que sonríe,
de un brillo de jazmines en el alba.

Cogeré los cristales de tu risa
y tejere con ellos un collar.
Todos preguntarán de dónde lo he tenido,
qué fulgor musical
canta sobre sus cuentas,
cómo son de rocio
y huelen a azahar.

Los guardaré, mejor, tiernamente en mi mano
e iré a hacerlos cantar
en los sombríos patios de las cárceles,
en los largos pasillos de hospital,
en los asilos grises, en donde los ancianos
toman el sol, como durmiendo apenas.

Por un instante vivirán de nuevo:
y encontrarán un niño, su niño, que sonríe.
Todo volverá a ser como el comienzo:
luminoso, intocado,
alba sobre cristal.

Vuele, vuele tu risa,
dorada, tornasol,
como el ala de un ángel,
hacia los rojos reinos del dolor:

En los turbios prostíbulos,
en las esquinas donde los mendigos
aprietan sus harapos para no sollozar;
en los umbrales egoistas donde de todos se olvidaron,
clonde compraron todo, incluso el sol.
Tanto dolor del mundo, tanto dolor!

Juntemos a tu risa muchas risas de niños
y tejamos aros de luna y azahar,
hagámoslos rodar sobre la tierra entera,
arco iris, panal,
vivo mensaje de la primavera,
campanas de cristal.

Así, desde la risa de un niño, prodigiosa,
como de una semilla
habrá nacido el árbol de la paz.


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