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Ay, Federico García,
cuando entramos en Granada,
a veinte años de tu muerte,
sólo por ti preguntaban.
Te busca de puerta en puerta
el viento desde la Alhambra
y por los cármenes altos
suena una voz que te llama:
Ay, como a clavel de sange
te cortaron en el alba,
como a vara florecida,
te dieron viento de escarcha:
La sombra se oscureció.
La muerte quedó manchada.
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