|
¡Oh esta angustia infinita que trenza su cilicio
y que vacia en las venas su grito de amargura,
que aprisiona en la llama de su rojo suplicio
como una enredadera de sangre y de tortura!
Esta búsqueda ansiosa, esta inquietud constante
que taladra mi paz con su interrogación.
Este intuir en la breve comunión de un instante
la hora inmensa y salobre de la desolación.
Tal vez sea culpable esta alma presumida,
que, por ser fuerte y libre, deseó ser herida,
sin temer soledad, injuria ni reproche.
Por hallar la verdad, rompió todos los lazos.
¡Creyó estrechar al sol y cuando abrió los brazos
sólo tenía en ellos un puñado de noche!
|